MI DIOS… ¡SI ERES UN SUEÑO!
“El tiempo que te quede libre, si te
es posible, dedícalo a mí, no importa que sean dos
minutos o uno sólo yo seré feliz…el
tiempo que te …”.
Esta melodía replica interna y silenciosamente
en mi cerebro, tal como lo hacen las viejas Campanas de los cuatro viejos relojes de pared que están
en el pasillo de mi casa, en la sala y en mi estudio.
Uno de estos, mi preferido que
colocado al lado de mi escritorio, está que suena y resuena cada quince minutos, cada media hora y cada hora, de tal
suerte que llenan de música mi casa y que las oigo repicar
como si fueran las campanas de la Iglesia San Diego, de la que era yo acólito. No hay noche y
día que no toquen, salvo todas las horas del día y la noche salvo cuando por olvido alguno, no les
doy cuerda.
Los viejos relojes de mi casa tienen
un sonido diáfano, lacónico…, me parecen tristes sus
sonidos, tal como si fueran una queja
constante por el maltrato recibido por sus muchos
dueños que nunca los arreglaron ni
nunca fueron agradecidos por las horas recibidas en
los años que les pertenecieron.
Mis relojes son de pared, con caja de
madera, desde luego tan reseca que se volvieron
muy acústicos por el paso de los años;
de algunos no tengo idea ni siquiera de sus
antecedentes, de su marca, sin fecha
alguna de fabricación; el paso de los segundos,
de los minutos, de las horas, de los
días de los años y por el descuido de sus ex dueños,
reflejan ahora sus quejas aun cuando
ya están reparados, tocan y dan sonidos apacibles.
No son relojes hechos por artesanos;
sus mecanismos fueron fabricados en serie, armados con engranes y resortes muy delicados,
pieza por pieza, armados por expertos “relojeros” que en la modernidad de estos tiempos
ya sucumben los relojes llenos de tristeza, porque no hay ya quien
repare esas antigüedades. Ahora, sencillamente los relojes los
compramos, les cambiamos las pilas y si se descomponen, sencillamente los tiramos al cesto de
la papelera como simples basuras electrónicas.
Con el avance científico, son millones
de millones los relojes construidos en todos los
rincones del mundo y cuyos precios son disparatados, desde aquellos que
relumbran por
ser de oro puro con incrustaciones de
pequeñísimos diamantes que sustituyen a los viejos números romanos, o de los números
ordinarios. Los antiguos relojes de Sol, quedaron petrificados en el tiempo, como piedras,
canteras o mármoles vetustos que dan ahora lástima por el patético desprecio de
sus poseedores, o bien, por la erosión debido a su exposición a la intemperie, a la
lluvia y al propio astro Rey que, al darles luz y provocar sombras, marcaban las horas del
transcurrir del tiempo. No había segundos para esos milenarios relojes de piedra (que más
bien eran de Sol) y tampoco se necesitaba contarlos, pues la vida transcurría
lenta y con frecuencia muy monótona, de tal manera que a nadie le interesaba ver el girar
de las manecillas.
Actualmente los valores de los relojes
se tasan en cientos o miles de dólares, sobre todos
los de oro o platino que se venden
enjoyados. Otros oscilan en tan sólo algunos pesos
pues son puro plástico, aguantables
temporalmente, pero no renovables.
¡Mis relojes, con caja de madera, no
tienen valor económico alguno y son muy bien
Apreciados por su resistencia al maltrato y sufrimiento que sus
diferentes dueños les
dieron; por eso, estos relojes de
pared los aprecio, porque son del tiempo de la chinga da, que de tan viejos como están, dan pura
lástima. Ya por la noche, el tic tac de los relojes me retumba y me re chinga pues no me dejan
dormir, de tal manera que me dan ganas de saltar de la cama, acercarme al
estudio y botar uno de estos vejestorios por la ventana de mi cuarto, como castigo por
mantenerme despierto con su tic tac constante y sus
campanadas de cada media hora o cada
hora. Los Cucús de los relojes de mi colección,
cada hora abren su ventana para que
salga su “pajarito” a recrearnos e indicarnos
la hora que es. Son de un trato
delicado y si llega a caerse es darlos por perdidos, pues
es difícil encontrar repuestos salvo
que algún coleccionista de estos aparatos, te venda
el engrane que necesitas. A la hora en
punto, se abre una ventanita por donde sale el
cucú y a contar salta cada hora de su
cueva, que hace mover la cuerda y los hace cantar.
Los péndulos redondos de los grandes
relojes de pared, van moviéndose u oscilando de
un lado a otro como tratando de
igualar los movimientos de los hermosos pechos de las
doncellas quinceañeras y o casaderas,
mismas que al cantonarse coquetamente, mueven
sus pechos grandes, medianos o
pequeños, para disfrute de los mirones.
Me da tristeza ver mis viejos relojes,
principalmente los llamados de “Pared” que, sin
cuerda alguna, permanecen estáticos y
empolvados, pues difícilmente encuentras
refacciones.
Mis relojes viejos, mismos me traen
viejos e inolvidables recuerdos de nuestra corta
Juventud y sobre todo, el recuerdo de las novias y amigas tan queridas
¡ah qué tiempos
aquellos, señor Don Samuel!
Esos péndulos de bronce pulido y que
no tienen descanso alguno, son de una belleza
Especial y de inconmensurable estima, pues han trascendido ya en la
historia de la
humanidad.
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