30 agosto 2021

Carta a Rafita.

Hace días envié esta carta a Rafita, a través de un amigo mutuo, José Luis Peralta; según me comentó posteriormente, se la leyó pero con la limitación de que había olvidado sus lentes. En estos días en que cumple 2 meses del evento que lo tiene postrado, creí conveniente publicarla como un medio para que el propio Rafita la pueda leer semejando el cofre en donde antaño solíamos guardar nuestras cartas.

*CARTA A RAFITA*
Buenas tardes estimado y querido Rafita. Te escribo estas breves líneas no sin antes comentarte que todos los chómpiras estamos al tanto de tu evolución, gracias a la amabilidad de Jesús y José Luis que nos mantienen informados. Quedarás extrañado del porqué he preferido un medio de información tan antiguo como es una simple carta, pero es que quiero evocar nuestros tiempos de adolescentes. Cómo olvidar aquellos momentos en qué llegábamos a una sucursal de correos para comprar una combinación de timbres que llegaran a 15 centavos y, con 10 centavos más, adquirir el lujoso timbre aéreo, mismo que requería de un sobre especial, con los colores verde blanco y rojo en las orillas. Cómo olvidar cuando llegaba el cartero con su peculiar silbato y nos entregaba una carta perfumada de alguna amiga o a la cual pretendíamos, pero eso era intrascendente; nuestros compañeros provincianos esperaban, con ansia, las cartas familiares provenientes de lugares lejanos; habían dejado familia, amistades y comodidades, con tal de estudiar en una institución prestigiosa como el Politécnico; esos compañeros también esperaban su mesada que normalmente les llegaba a la oficina de telégrafos de su vecindad y que para cobrarla necesitaban una firma de conocimiento que con mucho gusto les proporcionaba mi tío, quién era ampliamente conocido en toda la zona debido a que tenía el negocio más antiguo. Quién iba a imaginar que ahora el cartero llega solamente para entregar estados de cuentas del banco, facturas por pagar y propaganda diversa, cuando en nuestra época era un factor importantísimo principalmente en las fiestas navideñas; acudíamos a una papelería a comprar tarjetas de felicitación con diferentes motivos, pero con la frase tradicional "Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo", hasta que llegó la moda de imprimir tarjetas personalizadas, pero aún así el correo era fundamental.
Y llegamos a un tema en el cual tú eres el gran Maestro y yo a tu lado un simple alumno. Me refiero a la literatura; es ampliamente conocida tu afición por la lectura, de manera que el siguiente comentario podría resultar hasta ocioso, pero, de cualquier manera, no dejaré de mencionar una gran novela que leí hace tiempo, cuyo autor fue Justo Sierra O`Reilly y al que pocos recuerdan por la gran figura de su hijo Justo Sierra Méndez. La novela se titula "Un Año en el Hospital de San Lázaro" y es célebre por dos razones: una, que según expertos fue la primer novela publicada en el México independiente y, la otra, porque se desarrolla a base de cartas. Al respecto, José Emilio Pacheco escribió: "se halla contada en forma epistolar porque las cartas acentuaban, en el parecer de los novelistas de entonces, el realismo, la verosimilitud de la narración, e inaugura el tema de los piratas y los bandidos que fascinarán a los escritores mexicanos durante el siglo XIX". Es una novela que está plagada de historias a través de cartas enviadas por cuatro protagonistas y eso se explica porque  una personalidad de la clase acomodada estuvo enclaustrada, durante un año a partir de 1824, en un hospital exclusivo para leprosos, ubicado en el puerto de Campeche, que era el más importante del aquel entonces Estado de Yucatán. En la última de tantas cartas se narra como, después de una serie de peripecias, el protagonista principal, aislado por completo y compartiendo su infelicidad con leprosos, es rescatado por un Doctor que lo lleva  a un País de Europa para curarlo. Sin duda, un final feliz que nos demuestra como la voluntad y perseverancia, alentadas por la comunicación epistolar a la que solo tenía acceso, fueron capaces de vencer a la ignominia que en aquel entonces representaba esa enfermedad. Por eso digo que las cartas nunca serán obsoletas. 
Me despido reiterándote mi eterna admiración.
Luis Rolando

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